La Tahona, domingo 25 de junio de 2006 (1030hs). Después de un poderoso desayuno criollo, nos apuramos a salir de Caracas por temor a encontrarnos con cualquier cataclismo variopinto en la archifamosa Trocha (1). Así, salimos de la casa un poco después del mediodía. Para nuestro asombro, tardamos sólo una hora en llegar al aeropuerto. Ya la cola en el counter de Iberia era más larga que peo de culebra (2), pero el poder del cochino dinero solventó ese primer inconveniente rápidamente (business class). Es casi innecesario decir que tenía sobrepeso en la maleta; de hecho, la gente de poca fe podría decir que llevaba una maleta extra, pero el viento soplaba a mi favor y la encargada ni siquiera miró los inflados numeritos de la balanza. ¡Jose y yo cantamos victoria! ¡Burlamos el sistema! ¡JA! Pero la realidad es que el sistema había sido benevolente porque ya se había reído a carcajadas de los incautos pasajeros. El vuelo tenía CUATRO (4) (IV) horas de retraso… Obviamente, eso me hacía perder la conexión Madrid-Dublín, pero la amable ejecutiva de Iberia me arregló un itinerario lechero Caracas-Madrid-Barcelona-Dublín. En lugar de llegar a Irlanda al mediodía del lunes 26, ahora llegaría en la tarde.
Este pequeño tropiezo no quebrantó el espíritu viajero, y decidimos subir de nuevo a Caracas (pues tenía una espera de más de seis horas por delante) para almorzar en familia. Fuimos CC, PJ, JI y yo a Tony Roma’s a almorzar y ver el partido Portugal-Holanda. Nunca se vio semejante desfile de tarjetas amarillas en la historia del fútbol… Bueno, al menos del fútbol presenciado por mí… Pero para no hacer el cuento tan largo, terminando de comer bajamos de nuevo a Maiquetía. Nuevamente la voluntariosa Trocha fue amable con nosotros y no encontramos cola. No es mi interés entristecer al lector con los detalles de la despedida, así que usen su imaginación…
Al pasar inmigración me encontré a Daniela y Andrés Emmerich, recién casados y rumbo a la luna de miel. Justo a tiempo, porque si no, la moqueada habría sido larga… Estuvimos un rato juntos, vi en primicia nacional algunas fotos de la boda y luego calabaza calabaza (3).
Otra particularidad de este viaje fue la presencia del clero. A pesar de los obstáculos, la apaciguadora imagen de uno que otro sacerdote a lo largo de la jornada fue casi una revelación mística. El primero de estos encuentros fue en el VIP lounge de Iberia (lo sé, el cochino dinero…). Este peculiar sacerdote criollo (con cara de adeco) estaba campaneando un güisquicito (4) mientras conversaba amenamente con una pareja, suponemos que con el fin de calmar los nervios antes del vuelo…
Si usted leyó alguna vez las Crónicas Pisburianas, obviamente debe saber que algo inesperado va a suceder en este punto del relato. ¡Tiene razón! Aparte de las cuatro horas de retraso del vuelo a Madrid, por misteriosas razones la gente del aeropuerto se puso necia con la seguridad e inspeccionó a CADA UNO de los pasajeros de un vuelo 747, separando (misteriosamente, otra vez) a hombres y mujeres. Esto retrasó el vuelo hora y media más. Gracias a mi cromosoma XX y a Diego, pasé rápido, pero cuando los hombres comenzaron a entrar, logré escuchar que a un par de maracuchos que iban sentados al lado les preguntaron hasta en qué hospital habían nacido. No miento, amigo lector. Las Crónicas Dublinenses, así como las Pisburianas, se caracterizan por su objetividad férrea.
El vuelo transcurrió sin novedades, aunque inicialmente hubo un conato de desastre: sentado a mi lado iba el Hombre Rumiante, un caballero español que cada vez que pasaba las páginas de su revista rumiaba (mmggrrrrr, mmggrrrrr), lo mismo cuando presionaba los botones de su pantalla o cuando se acomodaba en el asiento. Afortunadamente, el señor fue visionario y se cambió a la fila de adelante, que estaba vacía. “Te dejo tranquila, muchacha”. Respiré aliviada…
Al llegar a Madrid, POR SUPUESTO, el vuelo a Barcelona tenía una hora de retraso. Pero antes de tener conocimiento de este nuevo percance, y en plena carrera al bajar del avión, sorpresa sorpresa… La segunda presencia clerical del viaje: el padre Losada, aquel peculiar personaje que pasó la hora entera de mi matrimonio con Hugo hablando de la calamidad del divorcio. Lo saludé, me felicitó por la barriga (supongo que en sus adentros el buen cura habrá pensado que su sermón surtió efecto), y en este punto nos despedimos.
Con la cabeza (y la barriga) en alto, me dispuse a ir a la puerta K86 en el extremo este del terminal, según marcaba el boarding pass y las pantallas de Barajas. Cuando me faltaban tres metros para llegar a la puerta, la cálida voz de un altoparlante anuncia: “AtenZZZión SSSeñoreSSS paSSSaJJJeroSSS de vuelo 2186 con deSSStino BarZZZelona, SSSe leSSS informa que la puerta de embarque ha SSSido cambiada a la hache onZZZe”. Indudablemente, la puerta H11 quedaba, literalmente, en el otro extremo del terminal… El lector pensará que quien escribe es un estandarte de la flojera. ¿Qué importa caminar un poco, después de todo? Pues bien, después de ocho horas de vuelo, con sólo dos horas de sueño, con una barriga de seis meses de embarazo, unas botas mortales (demasiado pesadas para ir en la maleta), ciática, y una mochila cargada de peroles… caminar de la /&·$%# puerta K86 a la H11 es como correr al mediodía por la avenida Baralt (¡de subida!) (5).
Pero finalmente llegué a la H11, esperé lo que tocaba, me monté en el avión y no supe de mí hasta que aterrizó en Barcelona. Y claro… las Crónicas no pueden terminar aquí. Cuando chequeo mi reloj, me doy cuenta de que tengo poco más de 15 minutos para encontrar la puerta de embarque a Dublín. Como buena venezolana, atropellé, metí codazos, abusé de mi barriga y pisé a media humanidad (buena idea la de las botas, después de todo). Tanta corredera sólo para encontrarme con que el vuelo Barcelona-Dublín tenía más de una hora de retraso. “Dios ha muerto”, pensé. Nietszche nunca tuvo más razón.
Quien les reporta estos tristes sucesos se encuentra ahora mismo en Barcelona. Perdonen, queridos lectores, si la amargura y el cansancio ciegan mi juicio. Llorar es inútil, rezar mucho más. Ya no siento las nalgas, y la hinchazón de las piernas es indescriptible. Pero algo me dice que no pierda la fe, que me aferre a algo… Así, sigo sentada, escribiendo estas líneas, esperando más aventuras, porque sé que tengo que darle un buen cierre a esta primera Crónica Dublinense.
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Finalmente abordamos el avión. Todo se ve bien. No tengo compañeros de asiento atorrantes, rumiantes o afines. El calor es insoportable dentro de la cabina. Problemas del aeropuerto, según nos informa el capitán. Seguimos esperando. La voz del capitán se escucha de nuevo. Esta vez pide disculpas porque al parecer hay un pasajero que no se presentó a la puerta de embarque y, por razones de seguridad, deben buscar su equipaje y sacarlo del avión. La gente acalorada masculla frases obscenas. Transcurridos un par de minutos, el capitán, esta vez con en un tono más jovial, nos informa que el pasajero apareció y está en camino. Un “BUUUU” generalizado tiembla en el avión. Un padre instruye a su hija que en cuanto entre el desgraciado le propine una buena insultada. Me encuentro en la tercera fila, así que espero con ansias verle la cara al desconsiderado. Sorpresa, sorpresa… El infeliz que retrasó el vuelo unos 25 minutos extra es, nada más y nada menos, que…
…¡UN SACERDOTE!
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Estimado lector, han pasado días desde el viaje interminable. He tenido tiempo para reflexionar sobre los acontecimientos relatados arriba, pero decidí no editar nada, y entregarles la cruda verdad sin censura. Sean ustedes mismos jueces de los hechos. Sólo me basta relatarles los últimos minutos de la jornada:
Al llegar a Dublín, un querido vecino latinoamericano se me coleó en la fila para inmigración, y a pesar de que salí de SEGUNDA del avión, me tardé unos 40 minutos en este punto, pues los funcionarios parecen no ser muy diestros usando la computadora, más aún si el visitante no habla NI PAPA de inglés y el pobre oficial se ve obligado a usar un intérprete por teléfono…
En fin, pasada inmigración llegué a la correa del equipaje. Obviamente fui uno de los últimos pasajeros en recoger sus macundales (6). A pesar de haber llegado al primer mundo, a pesar de una obvia panza de embarazo, NADIEEEEEEEEEEE tuvo la cortesía de echarme una mano para bajar las maletas de la cinta =( Pero la verdad es que no los culpo… Si los otros tuvieron la mitad de las aventuras que Diego y yo tuvimos en ese viajecito, ¿quién tiene cabeza para estar ayudando a nadie?
Y después de tanto rodar, la mega-jornada tuvo un final feliz: ya estamos en nuestra nueva casita.
A pesar de tres páginas de sangre, sudor y lágrimas, supongo que es pertinente cerrar las primeras crónicas recordando a Kavafis:
Cuando hacia Ítaca salgas en el viaje,
desea que el camino sea largo,
pleno de aventuras, pleno de conocimientos.
Sí encontramos Cíclopes y Lestrigones, y tal vez uno que otro irritado Poseidón, pero al final, ¿qué sería de las Crónicas Dublinenses si hubiéramos tenido un viaje sin eventualidades, aburrido y sin sabor?
¡Hasta la próxima!
C&D
NOTAS PARA LOS NO-VENEZOLANOS
(1) La Trocha, así con mayúscula, es una carreterucha que tuvieron que hacer porque uno de los viaductos de la autopista Caracas-La Guaira –donde está el aeropuerto– se cayó. Así como lo leen… ¡Se pulverizó! Pero esa historia es harina de otro costal… Baste decir que lo que usualmente tomaba 30-40 minutos, ahora demora entre una hora-ad infinitum…
(2) = flatulencia de serpiente
(3) “Calabaza, calabaza, cada quien para su casa”
(4) “Güisquicito” es la versión criolla de “whisky” o “scotch”, y “adeco” es un militante de un partido tradicional venezolano (AD = Acción Democrática), personaje que se ha estereotipado y representa al macho criollo, simpático y güisquicero.
(5) La Avenida Baralt, especialmente al mediodía, puede ser como cualquier calle concurrida de Bombai o Nueva Delhi.
(6) Al igual que “peroles”, “macundales” es un sustantivo genérico que abarca cualquier tipo de cachivaches u objetos personales.
Excelentísimo... Me he divertido un mundo leyendo las peripecias de C&D. Gracias a Dios No hay matinee.
ReplyDeleteSaludos
Papaupa