En el octavo mes del sexto año de la tercera era, un grupo de aguerridos exploradores salió de las costas del Cantábrico en busca de aventuras y riquezas. Encabezados por el temible Capitán Ander Txilborra y sus segundos de abordo, los nefastos Morochos Mukia (también conocidos como ‘Los Biskis’ en las más oscuras tabernas de Donosti), la tripulación cruzó el Canal de la Mancha y luego el frío e inhóspito mar de Eire hasta llegar a Átha Cliath (hoy conocida como Dublín). La jornada fue larga y no desprovista de peligros.
Después de tantas lunas, las invasiones vascas se mezclan ya con la leyenda, pero en estas Crónicas trataremos de hacer un recuento veraz de los hechos, basándonos en documentos arqueológicos hallados en la isla, así como en la tradición oral que aún recoge fragmentos de estas épicas aventuras.
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Después de dos agotadores días pernoctando en las comunas hippies de Londres, haciendo guardia y durmiendo con un ojo abierto para evitar ataques terroristas, los vascos llegaron a la ermita de Bushy Park un soleado día de agosto. Pero claro, esta llegada no fue inmediata, como el avisado lector podrá suponer…
Aunque luego se haya puesto en duda este hecho, Ceci hizo su tarea y revisó bien el mapa para llegar a tiempo a recoger a los primos. Todo transcurrió felizmente en esta primera ida al aeropuerto, que queda al norte de la ciudad, por LA (veintinúnica) autopista M50. Los primos llegaron a tiempo y salimos en busca de Hertz.
Asier, Iñaki y Olatz se fueron a pie, mientras Michelle, los niños y yo buscamos el carro y fuimos a encontrarlos en el estacionamiento de Hertz. OBVIAMENTE, no llegamos al primer intento porque fuimos al sitio equivocado (donde se devuelven los carros alquilados), pero pronto solventamos ese pequeño tropiezo, y después de dos vueltas a la redoma, encontramos al resto de la tropa.
Toda una experiencia cultural para Iñaki manejar por el lado izquierdo; toda una responsabilidad internacional para mí ir adelante abriendo camino… Porque, amigo lector, era la primera vez que yo manejaba en Irlanda con más gente abordo…
Para darle un toque pintoresco al asunto, justo detrás de nosotros salió un tipo que acababa de alquilar una camioneta. Se nota que no sólo jamás había manejado por la izquierda, sino que además no sabía manejar bien sincrónico, y en la redoma enorme que hay saliendo del aeropuerto casi nos estampamos por detrás. Ya en este momento, con sólo media hora de haber llegado a la isla, a Michelle se le abrió una úlcera y los vascos pudieron vislumbrar lo que sería el resto de su travesía con los Losada-Egan.
Dado nuestro historial de desorientación, el lector asiduo no me creerá cuando diga que Dublín es la ciudad peor señalizada de la historia. No conforme con eso, tampoco hay un punto de referencia obvio como El Ávila, en Caracas, ni es ordenada y cuadriculada, como Buenos Aires. Dicho esto, a pesar de haber estudiado bien el mapa de IDA, no se me ocurrió la brillante idea de revisar cómo era el REGRESO, porque se supone que una autopista es la cosa más básica del mundo, con salidas en ambos sentidos, con buenos letreros, etc. Pues ni siquiera pudimos montarnos en la M50 y, de este modo, comenzó otro viaje más largo que el mismísimo trayecto Londres-Dublín…
Comenzamos a seguir letreros que decían ‘City Centre’, confiados en que eventualmente llegaríamos al Liffey y de ahí ya yo sabría ubicarme y seguir a la casa, pero los dioses tenían deparados otros designios para nosotros. Después de hora y cuarto de tráfico, paradas múltiples para revisar el mapa, vueltas en U y demás ‘pirulas’, finalmente llegamos al Liffey para luego desviarnos tanto que lo volvimos a perder. Sí, sí… Seguro se preguntarán cómo es esto posible. No lo sé. Debe haber una especie de vapor alucinógeno emitido por los tréboles o por la fábrica de Guinness. Para no hacer la historia demasiado larga, digamos que finalmente encontré un punto de referencia conocido y, después de DOS horas, volvemos al párrafo inicial de esta historia: los vascos llegaron a la ermita de Bushy Park un soleado día de agosto.
La parte positiva de este paseíto es que los vascos pudieron saborear la Dublín urbana y congestionada que los turistas no suelen ver (excusas baratas… yo sé…).
Finalmente, después de los percances iniciales y de pasar la noche durmiendo en el ‘peladero de chivo’ que era nuestro apartamento pre-mudanza, comenzamos el tour ‘Irlanda Subyugada 2006’.
El viernes 25 de agosto arrancamos hacia el norte de la isla, y nuestra parada fue un Belfast lluvioso, donde vimos la St. Anne's Cathedral...
...el Hotel Europa, el pub The Crown...
...el City Hall...
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...y los archifamosos murales (en los álbumes pueden ver las fotos de los murales pro-UK)
De ahí seguimos subiendo por la costanera...
...pasando por Carrickfergus Castle...
...hasta llegar al bed & breakfast que Michelle consiguió en Ballycastle (una casa enorme acondicionada con habitaciones, un comedor y un estar familiar espectacular). En el camino, los biskis no pudieron con el maratón y el run-run del motor, y nos deleitaron con un dúo a capella, como se puede ver en la siguiente ilustración:
Como llegamos ya de noche a Ballycastle, y mientras nos asentábamos se nos hizo más tarde aún, todos los restaurantes estaban cerrados, así que nos tocó “comer” en un sucucho de ‘fish & chips’ asqueroso. Sólo de entrar al local y respirar ya nos subió el colesterol como en unos 30 puntos, pero bueno… Fue parte de la experiencia cultural. Lo mismo con el desayuno irlandés tapa-arterias: tocineta, salchichas, huevo revuelto, pan de papas, pan blanco, mantequilla, mermelada, hongos y no sé qué más…
Al día siguiente seguimos explorando los alrededores. Fuimos a Dunluce Castle...
...Carrick-a-Rope Bridge...
...y Giant’s Causeway:
Giant’s Causeway es una formación de rocas hexagonales de basalto (alucinantes), declarado patrimonio natural de la humanidad. Si alguna vez tienen chance de pasear por la Isla Esmeralda, ésta es una parada obligada. Luego almorzamos en Bushmill y emprendimos el viaje de regreso a Dublín.
Ya en casita, esa noche me quedé con los enanos y H llevó a los vascos al Temple Bar, donde nuestros visitantes exploraron la vida nocturna irlandesa: mujeres pechugonas atacando por doquier, borrachos amistosos dejando huellas digestivas por toda la ciudad, cerveza a 5 euros el pint, y mucha, mucha gente en la calle.
El domingo hicimos un recorrido por el sur, a una hora de la ciudad. Visitamos Wicklow Co. (más o menos el mismo recorrido relatado en la CD3, más Johnnie Fox’s Pub, un bar/restaurant famoso donde hay música tradicional en vivo: http://www.jfp.ie/).
Una de las cosas más divertidas de este día fue verle los ojos desorbitados del pánico a Michelle cuando Hugo le cedió el volante a Asier. La úlcera de Michelle (ya mencionada en el primer día de la invasión) se convirtió en Krakatoa cuando, saliendo de una bomba de gasolina, Asier se montó en canal contrario hasta que nos topamos con un carro de frente. Pero, para hacerle justicia a Asier, después de este pequeño desliz llegamos sanos y salvos al norte de la ciudad, a Howth, donde pudimos ver un par de focas y tomarnos algo caliente.
El lunes 28, último día de la invasión vasca, hubo varias aventuras dignas de contarse: para empezar, casi matamos a Olatz de abstinencia cafeínica (pues en la ermita de Bushy Park no había cafetera…). Este día lo aprovechamos para recorrer Dublín, no sólo con fines turísticos, sino con un propósito antropológico último: conseguirle unos gnomos irlandeses a Maureen. Entramos en cada una de las millones de tiendas de souvenirs y artesanías del City Centre, indagamos, hurgamos, prácticamente dragamos y excavamos el Liffey, pero nada. Los lepprechauns decidieron esconderse detrás del arcoiris. ¿Qué visitamos ese día? La catedral de St. Patrick, Christ Church Cathedral, Dublin Castle, Dame St., Trinity College, Ha’Penny Bridge, O’Connell St., los Quays que bordean en río, Grafton St., St. Stephen’s Green y no sé qué más se me pasa por alto.
Para terminar esta crónica (que no refleja ni remotamente todo lo que nos divertimos con la visita de los vascos), no puedo dejar de contarles de mi experiencia lingüística con los vasquitos.
[Lo siento por los lectores no lingüistas, pero esto es más fuerte que yo…]
Para los que no los conocen, la lengua materna de Ander, Xabi y Joseba es el euskera, no el español, con lo cual, fue muy divertido escuchar a los niños hablando el más puro venezolano (influenciados al 100% por nuestros criollitos Michelle Josefina y Asier Jesús): full, mi amol, el bicho, etc. Pero el momento cumbre de mi experiencia fue cuando Ander, curioso y observador a más no poder, se me acerca y comenta: “Ceci, he notado que vosotros usáis el verbo agarrar, en lugar de coger”. Cegada de emoción ante la lucidez de Ander, olvidé que sólo tiene 11 años y dije: “Sí, porque en Venezuela coger es una mala palabra”. Amigo lector, supongo que es casi innecesario relatar cómo Ander pasó los siguientes 35 minutos preguntándome qué significaba ‘coger’ en venezolano. Cuando estaba a punto de sucumbir ante la presión, apareció Asier y traté de echarle el muerto encima, pensando –¡qué ilusa!– que él sería más sensible y lograría torear al preguntón. Pero Asier fue tan atinado como yo, y no se le ocurrió otra respuesta que un clásico “Coger es algo que entenderás cuando estés más grande”. Se podrán imaginar el nivel de excitación del enano… Finalmente, el interrogatorio socavó la poca resistencia que me quedaba y mi respuesta fue la más brillante de todas: “En Venezuela, coger significa maltratar a las mujeres, pero no lo repitas porque es muy feo, y tus papás me van a ahorcar si saben que te lo dije”.
Sin comentarios……
Sólo espero no haber alterado para siempre la conciencia lingüística del pequeño…
Bueno, amigos, hay muchas anécdotas que habría querido incluir, pero el tiempo no me lo permite, así que hasta aquí me trajo el río. Por favor, no me juzguen por mi pobre criterio a la hora de lidiar con pre-adolescentes. Con un poco de suerte, aprenderé a estar más alerta ante la curiosidad infantil y no traumatizaré para siempre al pobre Diego cuando me haga preguntas impertinentes.
Saludos y hasta la próxima,
C & D
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